ARTE CON LA CIUDAD *
Gerardo Mosquera y Adrienne Samos
ciudadMULTIPLEcity fue provocado por la ciudad de Panamá. A menudo en los eventos de arte urbano primero viene la idea y después la ciudad. Esta actúa más bien como sede, un lugar donde se unen la voluntad, la energía, la organización, el marco institucional y, sobre todo, el presupuesto para llevar a cabo la idea. No quiere decir que no se hagan obras valiosas, y en respuesta directa a cada ciudad, pero la concepción de este tipo de encuentros suele ser genérica. Nuestro caso funcionó al revés. Las características únicas de la ciudad de Panamá nos sedujeron a idear un proyecto artístico cuya protagonista fuese la urbe.
El proyecto se impulsó en un ámbito sin tradición de apoyo estatal y privado a la cultura, y menos aún al arte contemporáneo. Panamá era así a la vez el estímulo y el problema. En contraste con su relativa estabilidad económica y social, el país sólo posee un museo de arte moderno y contemporáneo sin presupuesto, y cuenta con escasos centros culturales o espacios alternativos. Pocos lugares hay en el mundo tan exclusivamente centrados en los negocios, y donde las clases dominantes y el Estado se interesen tan poco en la cultura.
En esta situación, los artistas fueron convocados, por un lado, a trabajar no sólo en la ciudad, sino con la ciudad, creando obras que tuviesen un impacto directo sobre la urbe, sus comunidades, imaginarios, problemas, sueños, preocupaciones… Obras capaces de comunicarse con la gente en la calle, con la vida y el dinamismo de la capital múltiple y compleja de un diminuto país global.
Por otra parte, desde el punto de vista organizativo, la ciudad no estaba preparada para llevar adelante un proyecto tan complicado y de esa escala, el más importante en el terreno de las artes plásticas en la historia de Panamá. Esta contradicción propició a la vez logros y limitaciones.
Ahora bien, si la debilidad institucional fue un escollo, asimismo resultó una razón más para llevar adelante un evento de arte urbano de alcance social. En un país pequeño, con una escena artística conservadora y gastada, con un público muy reducido para el arte contemporáneo, era más plausible potenciar la capacidad de ciertas prácticas actuales de ir más allá del mundo del arte y llegar a la gente en la calle.
Por otra parte, una nueva generación de artistas, críticos, arquitectos y escritores panameños está descubriendo la ciudad y trabajando con poéticas de corte muy urbano. El momento era adecuado para concebir un proyecto en una dirección hacia donde se inclina el interés y el trabajo de numerosos intelectuales del país. Estos jóvenes panameños (y residentes extranjeros) están transformando la chatura y el tradicionalismo imperantes, y comenzando a recibir atención internacional. La mayoría de ellos participó en la realización de ciudadMULTIPLEcity, un esfuerzo colectivo que constituyó un estímulo y una oportunidad valiosa para su labor. El evento nació y formó parte así de un proceso interno en la cultura del país; no vino “desde fuera” a actuar como catalizador. Por el contrario, estimuló y resultó un hito en los esfuerzos realizados en el país en los últimos años en pos de un arte vivamente cultural, crítico, con mayor actualidad.
Debido a la coincidencia de la estrechez del istmo y su estratégica ubicación entre dos océanos, Panamá ha sido una ciudad global antes de la globalización. Los puentes unen secciones de tierra, pero en el caso de Panamá su tierra ha sido el puente de las aguas del mundo, aun siglos antes de que se construyese el canal interoceánico. Desde la época del Renacimiento su razón de ser ha sido el tráfico transcontinental. Incluso animales y plantas típicos de la América del Norte y del Sur coexisten en este vértice de encuentros. Puerta de todos los mundos, eje primordial del comercio y la circulación marítima global, nudo de transporte aéreo y de telecomunicaciones por fibra óptica para el Caribe, América Central y del Sur, emporio financiero y comercial, paraíso para negocios de toda índole, esta ciudad llega a ser, en un orbe altamente internacionalizado, el lugar por excelencia del tránsito y el movimiento.
No se trata de una nueva capital de servicios surgida de la nada, como varias urbes de China. La ciudad posee una larga y trepidante historia desde inicios de la Conquista. Panamá la Vieja, la capital europea más antigua en tierra firme americana, fue construida en 1519 por los españoles y destruida en 1671 por el pirata Henry Morgan. La actual Panamá, fundada en 1673 un poco más al oeste, alberga las ruinas de la ciudad antigua. Su centro histórico, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO, es el más importante entre las capitales centroamericanas.
Estrangulada hacia el sur por el mar y hacia el norte por la Zona del Canal, que hasta el 2000 era un enclave militar gobernado por Estados Unidos (un país dentro de otro, cuya frontera era una avenida de la capital), Panamá tuvo que expandirse a lo largo de una estrecha franja en forma de cono, con su casco antiguo como vértice situado a la ribera del Canal. Tendió así a crecer hacia arriba, al extremo de ser una de las ciudades más altas del mundo en proporción al número de habitantes: hacia el millón en un país de menos de tres millones. Su perfil y carácter recuerdan a Singapur y otras metrópolis del sudeste asiático, y contrasta con el aspecto aldeano de las capitales centroamericanas (aunque en muchos aspectos Panamá no deja de ser una aldea global con rascacielos).
No obstante, el paisaje de este emporio de concreto, forrado en propaganda comercial, está marcado por la naturaleza: el mar que lo recorre y la selva de la que ha sido excavado y que reaparece en cada parque y jardín. Aquí se puede ir en minutos del centro urbano a la jungla —poseedora de una de las más ricas biodiversidades del mundo— y en unos minutos más a una aldea donde los emberá viven en condiciones tribales. A pesar del clima ardiente, húmedo y de lluvias torrenciales, Panamá es “la ciudad más fría de los trópicos” por su abuso de ambientes climatizados. No es exagerado afirmar que los panameños viven a espaldas de la naturaleza sobrecogedora que los inunda, y de la ciudad misma, cuya anárquica complejidad no logran descifrar.
Hasta hace poco, también le dieron la espalda al Canal, ese gran ícono con el que el mundo entero identifica al país. Ello se explica en parte porque la Zona del Canal, de acceso muy restringido, fungió como capital paralela durante casi un siglo. La Zona fue fijándose en el imaginario de los panameños como una especie de utopía inalcanzable, reforzando así el concepto negativo que han tenido de sí mismos. Utopía social, tecnológica y urbanística debido a su modo de vida, su orden, su limpieza, sus tupidos bosques, sus áreas de ciudad jardín, su arquitectura modesta y funcional. En los últimos años, con la entrega paulatina del Canal, se vino abriendo todo ese mundo antes vedado y “arquitectónicamente correcto”, literalmente al lado de la caótica aglomeración urbana de Panamá. Se trata de una situación insólita que implica un enorme reto: integrar al tejido urbano esos grandes espacios verdes tan cercanos, pero de los cuales los panameños tenían si acaso una vaga conciencia.
La delirante modernidad de Panamá —repleta de prósperas zonas comerciales y con uno de los centros bancarios más importantes del mundo— no oculta su incoherencia arquitectónica y urbana, ni el atraso y la miseria crecientes de buena parte de la población. Descomunales embotellamientos, edificios del pastiche más opulento con fachadas desfiguradas por chorreantes aparatos de aire acondicionado y tubería de toda índole, ruinas antiguas y modernas, restaurantes de lujo, casinos y bingos, quioscos, abarroterías chinas, shopping malls, turistas, indígenas con sus vestidos tradicionales, vendedores ambulantes, templos a todos los dioses, letreros pintados a mano al lado de flamantes pantallas digitales, y ruido, mucho ruido. Fruto de una especulación salvaje (que algunos llaman “capitalismo tropical”) beneficiada por el lavado de dólares y la venalidad del sistema jurídico, la trama urbana parece construida como por accidente, de manera agresiva, discontinua, a la carrera. Edificios, supermercados y supercarreteras van comiéndose aceras y zonas verdes, enajenando al peatón, que se siente cada vez más intimidado y menos afín a su entorno.
La única capital americana fundada frente al océano Pacífico, Panamá es, no obstante, caribeña por su cultura y tradición. Su cercanía con el Mar Caribe, a causa de lo angosto del istmo, determinó que, desde el inicio, su historia formara parte de la dinámica del ámbito caribeño, y no de Mesoamérica o de la antigua Capitanía General de Guatemala —a las que nunca perteneció, a diferencia del resto de la América Central— ni tampoco de la de Suramérica. El país —sobre todo por el enorme peso cultural y demográfico de sus dos urbes principales, Panamá y Colón, y por su configuración geográfica— es casi una isla del Caribe encajada en la tierra firme: mar al norte y al sur, al este el “tapón” de la selva del Darién —tan tupido que impide la comunicación con América del Sur y siempre aisló a Panamá de Colombia— y al este una frontera inactiva con Costa Rica (y su cordillera de Talamanca), que constituye el límite sur de Mesoamérica. Frontera entre dos mundos.
El carácter caribeño de la capital se reforzó por la llegada de oleadas de inmigrantes de las Antillas de habla inglesa, que la han hecho su hogar por causas varias a lo largo de la historia. La ciudad combina así en forma única el Caribe hispano (con su salsa y su manera de hablar el español) con el anglófono de las pequeñas islas (con su calypso y su comida picante). Estos inmigrantes han reforzado la presencia del inglés desde el XIX en el país más norteamericanizado de América Latina después de Puerto Rico, debido al canal y a su consiguiente dependencia de Estados Unidos.[1]
Por ser un eje de comunicaciones y negocios globales, Panamá ostenta una diversidad cultural y étnica afín a ciudades mucho mayores. Por esa razón fue escogida como sede del quinto Templo Bahai (solo hay siete en el mundo). Comunidades de hindúes, árabes, judíos, chinos, griegos, japoneses, españoles, franceses, italianos y diferentes grupos indígenas locales mantienen una vida cultural y religiosa apegada a sus costumbres, aunque adaptada a la extraña modernidad de esta ciudad tropical. Panamá es el único lugar en América Latina donde coexisten mezquitas, un imponente templo hinduista, sinagogas, iglesias coreanas, casas de santería y templos tradicionales chinos fundados en el siglo XIX (donde se adora, por supuesto, a Kuan Kung, el viejo dios guerrero de la riqueza y el comercio). Una dinámica de multiplicidad, fragmentación y contrastes ha dado a esta villa un carácter muy peculiar.
El barrio de San Felipe, en pleno centro histórico, fue escenario de varias obras de ciudadMULTIPLEcity, pues atrajo a muchos de los artistas por su marco histórico y su híbrida vida cultural, en la que participan varios grupos étnicos y clases sociales. No muy adulterado aún por el turismo y la gentrificación comercial, ni por la delincuencia callejera (como ocurre con los vecindarios cercanos de Barraza y El Chorrillo), es un barrio popular donde coexisten el Palacio Presidencial y el bullicio de los mercados callejeros. Su herencia colonial incluye secciones de la muralla que la rodeaba, la catedral, una antigua fortaleza, numerosas iglesias, conventos y plazas coloniales españolas. También vale recalcar la arquitectura de influjo francés, italiano, colombiano y estadounidense, y el menospreciado patrimonio del antiguo arrabal, con sus importantes pero deterioradas casas de madera de fines del siglo XIX y principios del XX, típicas de las Antillas Menores y testimonios de la época de la construcción de los canales francés y norteamericano.
A pesar de su singularidad fascinante, Panamá es una ciudad sin mito. Sufre un déficit de representaciones, una falta de símbolos que la interpreten y configuren. La ciudad se identifica en el exterior con su mala imagen de norteamericanización, comercialismo, negocios sucios, lavado de dólares y corrupción. El nativo de la urbe se disfraza con señas de identidad importadas: el folclor campesino de las provincias centrales del país, la cultura enlatada de los Estados Unidos, o retazos de la europea, africana u oriental. Pero a decir verdad, ni siquiera eso se lo toma en serio. Como escribiera Roque Javier Laurenza hace más de dos décadas: “El maldito determinismo geográfico y su zona de tránsito —hecho que gravita sobre toda la existencia panameña— ha producido este tipo humano que sólo tiene ojos para las cosas inmediatas y tangibles”.[2] Aquí la memoria colectiva es volátil, nada permanece anclado en ella por mucho tiempo. Pero quizás sea precisamente esa condición de ligereza —que a su vez da paso a una creatividad inconsciente de sí misma y que con absoluta naturalidad mezcla todo con todo, sin miedo a caer en el kitsch o en el absurdo— la seña de identidad más genuina del capitalino.
Justamente, el tránsito ha determinado que Panamá sea una ciudad que casi siempre se usa, y se mira, al pasar. La presencia hegemónica del Canal y su Zona tendió también a desviar la atención de esta urbe única, pero carente de legitimación incluso entre sus propios habitantes. ciudadMULTIPLEcity quiso contribuir a una nueva apreciación de la ciudad al ponerla como protagonista viva de obras de arte que a la vez actuasen sobre ella. El evento reunió a nueve artistas plásticos de varios países para que reaccionaran ante la ciudad y trabajaran con ella desde el tránsito, mientras tres artistas panameños lo hacían desde su larga experiencia como habitantes locales. ciudadMULTIPLEcity no se concibió como una investigación artístico-social, o una experiencia larga y sistemática de interacción de los artistas extranjeros con la ciudad y sus comunidades. Se planteó en términos de un diálogo desde la rapidez, el movimiento y la fragmentación —rasgos característicos de Panamá— mediante obras sencillas, directas, que pudiesen llegar a la ciudadanía, y a la vez avanzadas e incluso experimentales en cuanto arte urbano. Obras con varias capas de sentido, que explorasen las posibilidades de comunicación del arte contemporáneo más allá de su público de elite.
Los artistas fueron seleccionados sobre la base de su experiencia previa o su aptitud para abordar este tipo de creaciones. En algunos casos escogimos proyectos preexistentes que pudieran adaptarse a lo que buscábamos, y en otros trabajamos con los autores en cambiarlos para crear obras diferentes a partir de ellos. Pero la mayoría de los artistas creó piezas nuevas, resultado directo de su relación con Panamá. Los artistas extranjeros hicieron una visita previa a la ciudad para idear sus proyectos y regresaron más tarde para llevarlos a cabo. Ellos respondieron a aspectos físicos, sociales o culturales de la villa, y se relacionaron activamente con ella, bregando con sus seducciones y sus candentes problemas.
A diferencia de otras obras de arte urbano donde se trabaja más de la ciudad hacia el arte, es decir, donde la ciudad es más un material, un tema o un escenario para obras que pueden incluso llegar a ser muy subjetivas y “cerradas”, los proyectos de ciudadMULTIPLEcity se concibieron de modo circular: de la ciudad hacia el arte y del arte hacia la ciudad. Fueran participativas o no, tanto estas piezas como el proceso de trabajo de los artistas generaron un diálogo múltiple con la villa, sus gentes e imaginarios. Todos estos trabajos públicos efímeros se exhibieron o se condujeron durante un mes: del 20 de marzo al 20 de abril de 2003.
Se empleó un método de curaduría descentralizada. Cada proyecto de un participante extranjero tuvo a un joven artista local como responsable principal, así como varios colaboradores. Ellos ejercieron como interlocutores directos de los visitantes desde su primera estadía en Panamá, sobre todo en sus relaciones con la ciudad y en la logística de los proyectos. Los curadores actuamos más en la primera fase conceptual, en el control artístico y en la guía general del evento. La adopción de este método se debió a una estrategia tanto curatorial como práctica. Para poder realizar un proyecto tan complejo y laborioso fue necesario encontrar soluciones a la carencia de estructuras y apoyos institucionales. La descentralización del trabajo era la única manera de poder llevarlo a cabo, pero, a la vez, resultaba el método ideal para que los artistas pudieran adentrarse más íntimamente en la ciudad y sus ambientes. Los curadores analizamos con ellos la filosofía del evento, presentamos un panorama general de la ciudad y discutimos cada proyecto de obra. Pero los artistas locales los llevaron a lugares clave, a caminar las calles, a las tabernas de barrio…
Por otro lado, y no en segundo lugar, nos planteamos ciudadMULTIPLEcity como un gran taller informal, donde los artistas, estudiantes, profesores y diseñadores panameños pudiesen trabajar con colegas de mayor trayectoria o procedentes de otros ámbitos y portadores de otras experiencias. Desde el inicio nos propusimos que el evento cumpliese funciones educativas y de extensión, muy necesarias en un país donde la formación artística es débil. Como parte de esta agenda educativa del evento, los artistas visitantes ofrecieron charlas públicas sobre sus obras y participaron en otros encuentros. Todos estos intercambios, además, resultaron mutuamente enriquecedores, es decir, dieron ganancias de conocimiento y experiencia tanto para visitantes como para locales, y también para la ciudad. Permitieron además a los jóvenes artistas panameños establecer contactos más allá del aislamiento prevaleciente en su medio.
Entre los responsables de proyecto y los artistas se establecieron vínculos de trabajo muy próximos, y aun de amistad, y los primeros contribuyeron de manera notable en decisiones artísticas concretas y en la materialización práctica de las ideas iniciales. Además, numerosos artistas, estudiantes, diseñadores, arquitectos y profesores participaron en forma directa o indirecta en la realización de las obras. Incluso una docena de jóvenes artistas nicaragüenses, agrupados por Patricia Belli, la más destacada artista de ese país, viajó hasta Panamá para trabajar en el evento. Su participación fue clave para la obra de Francis Alÿs y Rafael Ortega. Aún más importante que esta labor colectiva fue quizás lo mucho que todos estos jóvenes, junto con los responsables de cada proyecto, facilitaron el contacto vivo de los artistas visitantes con la ciudad.
Otro logro de ciudadMULTIPLEcity fue que se crearon proyectos muy adecuados a la ciudad y ajustados a los propósitos del evento. Como ya mencionamos, esto se debió a que los artistas pudieron profundizar cálidamente en sus vericuetos, más allá de un acercamiento exterior. Tal compenetración fue posible, en gran medida, gracias a haberse creado un contexto de relaciones humanas con colegas y otras personas locales alrededor de cada uno de ellos.
Consideramos que, precisamente, los logros educativos —de adquisición de nuevas experiencias, información y fogueo— y la precisión de las obras realizadas para construir un abanico de sentidos que funcionase para la ciudad y sus comunidades, así como en términos de arte contemporáneo, constituyeron dos de los tres resultados satisfactorios del proyecto. El otro, inseparable de este último, fue el valor de las obras en el plano más amplio de la práctica contemporánea del arte urbano y sus discusiones. Pensamos que la gran mayoría de las obras realizadas —vistas en sus imbricaciones con el contexto y su impacto sobre él— plasmaron respuestas plausibles a los intrincados problemas del arte en la ciudad que se plantean hoy en el mundo. El interés que han despertado va más allá de los aspectos locales del proyecto, aunque no puede desligarse de ellos.
ciudadMULTIPLEcity consiguió estimular a los artistas hacia un intercambio más activo con el entorno, a trabajar de un modo más relacional y en un plano comunicativo más amplio, abierto y diverso. Ellos han expresado su satisfacción por una experiencia que, según consideraron, expandió los alcances de su labor. Las obras se parecían a Panamá y la gente las entendió, sin menoscabo de su sofisticación de estructuras, poéticas y sentidos. Ricas en significados artísticos, se comunicaron dinámicamente y tocaron puntos críticos.
Las artes plásticas constituyen un campo altamente especializado e intelectual, que es además un terreno muy cerrado a causa de la pasividad y el hermetismo del ámbito académico, del valor aurático fetichizado en los objetos y la consecuente acción de un mercado suntuario muy poderoso. Además, su audiencia va reduciéndose en la medida en que los medios masivos ganan mayor terreno en despolitizar y achatar la cultura. Son factores que van de la mano de una creciente erosión de la esfera pública.
Sin embargo, la libertad y el ecumenismo metodológicos de las prácticas artísticas contemporáneas, su flexibilidad y su acercamiento a la “vida real”, pueden potenciarlas hacia una acción más vasta y colectiva. Consideramos muy convenientes algunas aperturas del arte actual hacia recursos de la cultura de masas, el humor y el espectáculo, cuando éstas conllevan un filo crítico y la construcción de sentido. Si todos vivimos inmersos en una “sociedad del espectáculo”, ¿por qué no aprovechar algunos de sus recursos en una ampliación participativa de un arte problematizador, de discusión, incluso radical y subversivo? Por supuesto, siempre se corre el riesgo de que el costado espectacular se robe el show. Pero es necesario que el arte se arriesgue más hacia formas híbridas, más allá del simple intercambio postmoderno de significantes y técnicas entre las esferas “cultas” y populares, que conservan sus propios circuitos y sistemas estético-simbólicos. Una perspectiva podría ser un arte urbano que subvierta las fronteras entre ambas esferas para contribuir a crear nuevos públicos mediante prácticas innovadoras y colectivas que emerjan en el contexto de comunidades específicas y se dirijan a ellas, cuestionando y desafiando nuestras percepciones cotidianas y las estructuras e intereses sobre los que opera la ciudad.
Las obras de ciudadMULTIPLEcity sufrieron las contradicciones implícitas en las dicotomías arriba expuestas.[3] No obstante, en buena medida casi todas se concibieron como experimentos heterogéneos con sentido crítico y estético, que resultaron de una fusión de prácticas contemporáneas (el video, la fotografía, el happening, la acción, el arte conceptual, la apropiación, etc.) y elementos del espectáculo (Artigas, Milanés, Alfaro, Vélez), de la publicidad (Amer, Araujo), de la cultura popular (Amer, Vélez, Palomino, Gu Xiong) o de masas (Alfaro, Alÿs), y el trabajo comunitario (Alfaro, Vélez y artway of thinking). Precisamente, su valor como obras de arte urbano derivó de esa fluidez entre lenguajes y medios para crear sentido —permitiendo también que ese sentido se “distorsionara” por su contacto con los diversos agentes sociales—, y no simplemente para mezclar una cosa con la otra.
A veces funcionaron “demasiado” bien. El caso más dramático fue el de Ghada Amer. Una de sus vallas críticas, en este caso contra la venalidad de los funcionarios, fue emplazada frente a la Contraloría de la República. El contralor exigió que la obra fuese removida, a lo que nos negamos. Él se dirigió a la Alcaldía y ésta, que nos había otorgado un permiso por escrito para colocarla allí, nos contactó para decirnos que se había equivocado y que en ese sitio las regulaciones existentes prohibían colocar vallas, por lo que procedieron a quitarla. Pocos días después otras dos vallas desaparecieron limpia y misteriosamente. Una contra la corrupción política estaba situada en un parque en una avenida céntrica, y otra, contra la gula, frente a un McDonald’s. El tamaño, peso y emplazamiento de estas vallas exigen un grupo de personas, herramientas pesadas y un camión para ser retiradas, por lo que obviamente su remoción no fue resultado de meros actos vandálicos o robos espontáneos. Estas obras de arte permanecen desaparecidas hasta hoy.
Este hecho escandaloso, que remite a prácticas de los países totalitarios, volvió evidente el rostro represivo de una sociedad liberal solo en apariencia, revelando secuelas y esquemas mentales propios de la dictadura militar que la oprimió durante más de veinte años.[4] Amer casi se alegró de lo sucedido, pues demostraba el éxito de su trabajo. Otros incidentes con las obras de Gustavo Araujo, Jesús Palomino y Humberto Vélez confirmaron también el grado en que ciudadMULTIPLEcity se sumergió en las contradicciones y estructuras de poder que se han adueñado del espacio público de la ciudad.
A nuestro juicio, el mayor fracaso de ciudadMULTIPLEcity fue no haber podido expandir las posibilidades de intercambio y labor sociocultural con las distintas comunidades de la urbe, que brindaban las obras y sus procesos. El déficit de estructura organizativa y los innumerables problemas que conlleva realizar un proyecto de esta índole en una ciudad difícil, hizo que tuviéramos que dedicar demasiado tiempo a problemas logísticos y administrativos en detrimento del trabajo curatorial hacia las comunidades. El diálogo de las obras y los artistas con las gentes de la ciudad hubiera resultado mucho mayor si se hubiesen podido desarrollar programas concretos de información, participación y debate con escuelas, instituciones de base y otras instancias de la sociedad civil. Esto se compensó parcialmente con la amplia difusión de los proyectos en la prensa, la radio y la televisión, que apoyaron mucho el evento, y con la serie de conferencias públicas organizadas. Pero pudo haberse hecho más en un sentido cultural y educativo también en estos campos. Las piezas permanecieron un tanto solas en sus relaciones con la ciudad, teniendo que comunicarse con ella en directo, con escasas mediaciones que ampliaran y reforzaran sus mensajes.
El catálogo de ciudadMULTIPLEcity también es un libro sobre la ciudad de Panamá y, más allá, sobre cuestiones generales de las urbes contemporáneas, en especial en América Latina. No podía ser de otro modo dado el protagonismo de la ciudad en el evento. El libro intenta presentar las complejidades de la ciudad visualmente, mediante vistas de destacados fotógrafos panameños, y con un diseño que busca seguir el carácter de su imagen. La urbe también se discute con profundidad en textos de Margot López, Eduardo Tejeira Davis y Alvaro Uribe, tres de los máximos especialistas que la han investigado. Otro componente clave son las “bisagras” entre ensayo y ensayo —concebidas por el escritor Alberto Gualde y el artista Jonathan Harker—, que con humor y sucinta agudeza arrojan luz sobre distintas caras de la ciudad de Panamá. El volumen incluye además ensayos acerca de los problemas urbanos actuales, escritos por Jorge Francisco Liernur, Carlos Monsiváis y Armando Silva, tres de los más importantes pensadores sobre el tema en América Latina. Esperamos contribuir así a un reconocimiento más preciso de Panamá en sus valores y caos, en sus conflictos y seducciones, y a que ello sirva de punto de discusión de problemas más amplios que afectan a las ciudades en el mundo neoliberal globalizado. La cuestión urbana es uno de los temas candentes del siglo XXI, y la dinámica de las ciudades está ya provocando cambios dramáticos en la sociedad y la cultura en el mundo entero. La relación arte-ciudad no se ha desarrollado mucho aún, pero probablemente será un derrotero principal de la práctica artística en el futuro próximo.
* Los textos publicados en este sitio provienen del libro ciudadMULTIPLEcity. Arte>Panamá 2003. Arte urbano y ciudades globales: una experiencia en contexto (KIT Publishers, Amsterdam: 2005).
[1] Paradójicamente, Panamá es el único país latinoamericano que ha roto relaciones diplomáticas con Estados Unidos. A raíz de los trágicos disturbios del 9 de enero de 1964, el entonces Presidente de la República, Roberto Chiari, acusó de agresión a la gran potencia y solo restableció relaciones cuando Lyndon Johnson se comprometió públicamente a negociar un nuevo tratado del canal.
[2] Roque Javier Laurenza: "Las ideas y el panameño típico", en La República (Panamá, ERSA, May 1978).
[3] Ver Bennett Simpson: “Multiple City: Arte Panamá 2003” en Third Text, Vol. 17, No. 3 (London: Routledge, September 2003), p. 288-294.
[4] Para mayores detalles sobre el autoritarismo institucional en Panamá y sobre lo sucedido a las obras de Ghada Amer y otros abusos en contra de artistas participantes en ciudadMULTIPLEcity, ver Lina Vega Abad: “Entre la anarquía y el autoritarismo” en La Prensa (Panamá: 26 de marzo de 2003), p. 6A.