Nueve
artista Brooke Alfaro
En un proyecto como ciudadMULTIPLEcity, donde resulta fundamental la comprensión del tejido urbano, podría pensarse de antemano que los locales tendrían la ventaja de “jugar en casa”. Lo cierto es que el arte panameño en muy poco tiempo ha crecido de manera asombrosa. Esta maduración se vio largamente expresada en ciudadMULTIPLEcity, primordialmente en la obra de Brooke Alfaro. Su propuesta, Nueve, fue un evento único.
Durante más de un año, Alfaro trabajó con los miembros de dos pandillas enemigas de Barraza, uno de los sectores más depauperados y peligrosos de la ciudad. La idea era filmar en video a los miembros de las bandas (por separado, ya que ambas tienen muertos a sus espaldas y resulta imposible juntarlas físicamente), interpretando la misma canción de El Roockie (un popular compositor y cantante que expresa con un personal sentido de resonancias bíblicas los submundos de la violencia urbana) para luego proyectar simultáneamente el resultado sobre las fachadas de los edificios multifamiliares de Barraza. Detrás de esta obra se agazapaba un proceso inmensamente complejo, en el que la paciencia y el respeto fueron factores fundamentales. Durante casi un año el artista se entrometió en territorio ajeno y peligroso, formuló el diálogo, accedió a los miembros de las tribus urbanas irremediablemente enemigas (así como a sus familiares, amigos, y líderes religiosos y comunales), sugirió la música, escuchó opiniones y variantes, y enfrentó en infinidad de ocasiones la posibilidad de que una u otra pandilla abandonase el proyecto ya iniciado.
El resultado de este arduo proceso valió largamente la pena. La noche de su presentación, el clima fue electrizante y muy difícil de transmitir. De hecho esta obra no tendría el mismo significado fuera de Barraza. Su fuerza extraordinaria reside en el contexto de su presentación, en compartir el evento dentro de la “zona de riesgo” al lado de sus protagonistas. La fuerza de Nueve pasa por el arte de formular una dinámica específica (con vastos espacios para el riesgo y las irrupciones de lo inesperado) dentro de un contexto específico, fuera del cual sería un ingenioso video de delincuentes juveniles. En cambio, gracias a la eficaz dinámica producida en el contexto preciso, Alfaro consiguió un espacio y un tiempo en los que envolvió, estremeció y conmovió a los que tuvimos el privilegio de asistir una o las dos noches en las que se presentó la obra.
Para los muchos espectadores que no pertenecían al barrio, el solo hecho de estar allí era ya una trasgresión, por lo atípico, el peligro, la calle cerrada, la presencia policial, los muros desgastados de los edificios como fondo de proyección. Para los locales, la excitación venía a través de su espacio cotidiano invadido, recontextualizado, utilizado como espacio de fecundación artística, lo que generaba en ellos una mezcla de temor, anticipación y orgullo. Para los miembros de las bandas, el ser foco de atención y convertirse (o descubrirse) cuando menos por unas pocas horas en héroes de los más jóvenes de la comunidad (la aparición de los miembros de las bandas en los vídeos generó una algarabía digna de un concierto de rock, pero también de todo tipo de emociones).
Por la fuerza del diálogo entre artista y comunidad y por la extraordinaria energía generada durante su presentación, la obra de Alfaro fue sin duda el evento más singular y extraordinario de ciudadMULTIPLEcity.
Alberto Gualde