Panamini
artista Cildo Meireles
En ciudadMULTIPLEcity todas las obras sufrieron algún tipo de escollo o freno por parte de diversos agentes del poder establecido. Todas resistieron, pero de una forma u otra se vieron doblegadas. El caso más extremo fue Panamini, de Cildo Meireles, porque nunca tuvo lugar.
Un barquito modelado a escala, el Panamini —por alusión a los barcos panamax, fabricados con las dimensiones máximas para poder atravesar el Canal de Panamá— se habría conducido por control remoto a todo lo largo de la vía interoceánica, batiendo el récord de la embarcación más pequeña que jamás la hubiese atravesado.
La visión de un botecito, un mero juguete transitando desde el Océano Pacífico hasta el Atlántico por todo el Canal panameño —esa magnánima e imponente obra de ingeniería moderna— suscitaría un impacto estético que a su vez desencadenaría una serie de asociaciones. Yo lo identifico con el propio país, por ejemplo, y, de paso, recuerdo al pensador Diógenes de la Rosa diciendo que el hecho ineludible de ser el puente del mundo representó siempre una carga muy pesada para un pueblo tan pequeño. Si es cierto que “Panamá es mucho más que un Canal”, según reza el cliché, también es cierto que el Canal es su metáfora más poderosa. Reflexionando sobre el tema, Meireles observó que “por su formación geológica, Panamá nace para unir dos continentes. Luego el país fue dividido para unir dos océanos. Panamá vive una dialéctica permanente”.
El lenguaje, la idea y el contexto siempre varían, pero el trabajo de Meireles parece nutrirse de un mismo fondo: la alteración radical de escalas y densidades para avivar la conciencia y las percepciones; el gesto poético que despierta y maniobra sensaciones e imágenes varias en el espectador; la impecable simbiosis de forma y concepto; a veces, la inserción subversiva de un objeto o práctica en poderosos mega-circuitos de tránsito y comunicación mercantiles e industriales; su “compromiso con la libertad”...
En Panamini —un “poema industrial”, como ha bautizado Meireles algunas de su obras— reaparecen todas estas constantes. Igual que el famoso Cruzeiro do Sul (un cubito de 1 centímetro cuadrado, hecho con maderas sagradas para los indios tupí y destinado a exhibirse en un enorme museo vacío), el botecito deriva su poder simbólico precisamente de su diminuta escala. Inserido en la inmensidad del Canal, rodeado del gigantismo de esclusas, grúas, barcos y contenedores, el Panamini —pintado de amarillo y con las banderas de todos los países de América— haría el largo recorrido interoceánico, encarnando el potencial que puede alcanzar un solitario acto individual frente a la grande y compleja maquinaria del poder, si aquel sabe servirse de ésta.
A pesar de que el Panamini cumplía con todas las especificaciones técnicas, las autoridades competentes prohibieron su tránsito por la vía interoceánica, aduciendo que el actual clima de terrorismo obliga a objetar toda actividad cultural que atraiga una innecesaria atención sobre el Canal. Eso no es cierto, como lo demuestra la carrera anual de cayucos, por ejemplo. ¿Será que estos sabios regentes intuyeron que el botecito contenía el germen de un pequeño acto de rebeldía?
A decir verdad, esa negativa no nos hubiera detenido. Habríamos insistido y la obra se habría realizado de alguna forma. Pero sucedió algo peor. El supuesto fabricante del barquito —Chris Rabito, un estadounidense que anunciaba sus servicios en la red— resultó ser tremendo estafador: se llevó el dinero y desapareció del mapa.
Como tantas otras veces, Meireles concibió esta obra, junto con sus instrucciones de producción y uso, para que otros también puedan llevarla a cabo. Desde los lejanos años 60, él entiende el arte como un proceso que puede hacerse y rehacerse sin la intervención “divina” del artista. En otras palabras, Panamini es una asignatura pendiente.
Más allá de todo eso, si la participación en ciudadMULTIPLEcity del artista vivo más importante del Brasil —cuya generosidad, experiencia y modestia cautivadora enriquecieron a muchos— se hubiera limitado a sus dos visitas a Panamá, habría valido más que la pena.
Adrienne Samos