La Cosa está dura
artista Gustavo Araujo
El de Gustavo Araujo es un arte sumergido en el mundo, aunque no tenga un mensaje político definido y mucho menos explícito o moralizante. Sin embargo, la intención de vincular realidades sociales contradictorias se hace evidente en algunos de sus trabajos, como el que realizó para ciudadMULTIPLEcity.
La Cosa está dura es un modismo local, un cliché que decimos todo el tiempo casi sin pensarlo, y que algunos atribuyen al supuesto pesimismo que caracteriza al panameño. La frase simple y escueta apareció sin previo aviso en grandes vallas de la ciudad y en espacios comprados en varios diarios, impresa en una letra neutral sobre fondo blanco. Sin logotipo, ni firma, ni imagen alguna.
Este uso de espacios de propaganda no tiene precedentes en Panamá. Carteleras, anuncios y vallas se alquilan o compran a muy alto costo para persuadir al ciudadano a que adquiera esto o aquello, a que vote por este o aquel. Araujo, en cambio, lo invitó a pensar.
Exhibida en enormes vallas publicitarias, a la mira de centenares de personas por minuto, esta frase desgastada cobró de nuevo todo su sentido y otros más. Puesto que sólo se pensó ocupar vallas vacías (aquellas que no estuvieran alquiladas en ese momento), la frase debía aparecer y desaparecer como un fantasma por toda la ciudad, según la demanda del mercado publicitario.
Un breve mensaje anónimo y familiar (que culturalmente nos “pertenece”), flotando en inmensos espacios consignados a la propaganda (en una ciudad repleta de ellos), pudo hacernos reparar en las muchas vallas que no tienen anuncios, producto de la actual crisis económica. Luego tal vez siguiera una reflexión más introspectiva, en torno a experiencias íntimas y su nexo con fuerzas externas. “Cosa”, con mayúscula, pudo parecer irónico para unos y amenazador para otros. Quizás ciertas personas lo vieron como una burla a nuestro uso y abuso del cliché. Obviamente la lectura y la asociación de ideas varió según el individuo: si gozaba de todo el tiempo del mundo o si no; si era chofer de autobús, indigente o banquero.
Pero además, una frase repetida desplaza mucho de su carga semántica al contexto; en este caso, a su marcado contraste con la variable sobreabundancia del paisaje urbano panameño, o con las noticias de los diarios (que siempre confirman que “la Cosa está dura”). Todo lo que competía con la austera sentencia en blanco y negro, podía mudar su sentido para el espectador. Lo que otorgó a esta obra su carácter abierto y equívoco fue precisamente el desplazamiento radical: del habla vernácula irreflexiva hacia la materialidad de varios espacios dispersos por la ciudad o las páginas del diario.
La Cosa está dura fue concebida para aparecer en diez vallas al mismo tiempo, pero se topó con un gran escollo: la paranoia de la empresa privada. A pesar de que la corporación propietaria de las vallas se había comprometido a ceder al artista estos espacios, clientes “importantes” protestaron enérgicamente contra lo que consideraban un atentado al “optimismo saludable” del consumidor y exigieron que se quitara la frase. Araujo logró mantener las cinco que ya tenía, pero le fue imposible colocar el resto.
Como bien podría haber dicho Orwell, es indudable que los espacios de la ciudad son más públicos —y más privados— para unos que para otros.
Adrienne Samos