La Banda de Mi Hogar
artista Humberto Vélez
Como participante y observadora de La Banda de Mi Hogar
El proyecto La Banda de Mi Hogar de Humberto Vélez es un trabajo de arte público y colaboración. El artista, junto a la Banda del Hogar y sus músicos, batuteras, padres y patrocinadores, que participaron en diversas performances públicas, se las arreglaron, de manera sutil y sin pretensiones, para exponer los fuertes prejuicios latentes en la capital panameña. Mientras la mayoría está de acuerdo en que Panamá es una ciudad marcada por diversas tradiciones étnicas y culturales, pocos son capaces de retar las estrictas convenciones jerárquicas que definen lo que puede ser mostrado, por quién, dónde y cuándo.
La Banda del Hogar es una agrupación musical concebida para desfilar, compuesta por instrumentos de viento y percusión, y conformada en su mayoría por músicos y batuteras de raza negra, de diversas edades, todos afiliados a la escuela vocacional administrada por la familia Sánchez. Pese a tratarse de una agrupación popular, cuyas piezas son incluso tocadas en la radio, La Banda del Hogar (al igual que las otras bandas locales de este género) solo es invitada a desfilar cada año durante las fiestas patrias. Rompiendo con esta tradición, Vélez y la banda desfilaron en distintas ocasiones, fuera de los días indicados, dejando ver sus uniformes y estandartes en plazas y avenidas, moviéndose al vital sonido de sus ritmos caribeños, muy diferentes a los ritmos militares propios de las bandas de influencia estadounidense, comunes en Panamá.
Luego de hablar con el artista y ver la documentación en video de la segunda presentación de La Banda de Mi Hogar a lo largo del Puente de las Américas, el sentido crítico de este trabajo se hizo más evidente. El Puente de las Américas fue construido por los norteamericanos para conectar las dos masas de tierra separadas por el Canal de Panamá y en la actualidad es parte integral de la carretera Interamericana que conecta Norte y Suramérica. Careciendo de rutas alternativas, los conductores y pasajeros que se toparon con la performance de Vélez tuvieron que esperar. Los extranjeros podrían considerar que este desfile era una mera interrupción del tránsito, pero los locales lo veían como una interrupción de las rígidas normas culturales predominantes en la ciudad de Panamá.
Por lo general hablo con curadores y artistas sobre sus niveles participativos en una exhibición, pero esta vez Vélez sugirió que conociera a los miembros de la banda para tener una perspectiva más profunda del trabajo. Estuve de acuerdo, ignorando que el artista solicitaría a la señora Sánchez que me hiciera una audición para el cargo de batutera. Admito que sentí curiosidad, aunque jamás pensé que podría mantenerme a la par de aquellas jóvenes talentosas. Llegué a la audición, afuera de la peluquería de los Sánchez, para aprender unos cuantos pasos. Esperaba oír las carcajadas de mi joven instructora ante mis movimientos inexpertos y demasiado norteamericanos, pero para mi desconcierto se acordó una prueba de vestuario al día siguiente. Después la señora Sánchez ordenó otro ensayo en el que me prepararía para ser Batutera Mayor, desfilando el último día de ciudadMULTIPLEcity.
Luego de varias noches sin dormir, desperté el domingo y tomé un taxi hasta el salón de los Sánchez. Las adolescentes —que, además de estudiantes de belleza, eran batuteras— suprimían risitas infantiles, mientras se concentraban en el reto de convertirme en una de ellas. Me maquillaron, me peinaron, me ayudaron a entrar en un par botas y un traje varias tallas más pequeñas que la mía, y finalmente me colocaron un sombrero colonial blanco con lazos y flores amarillas. Nos subimos a un caluroso autobús “diablo rojo”,* abarrotado de músicos, y nos dirigimos a la ex Zona del Canal, anteriormente ocupada por los Estados Unidos.
Luego de que al autobús y la banda se les negase el acceso al área del desfile, pese a contar con los permisos oficiales, Vélez y los organizadores de la exhibición decidieron cambiar la marcha a la plaza principal de San Felipe. De vuelta en el centro histórico, que había visitado durante mi primer día en Panamá, rodeada del ornato diseñado para antiguos bancos y hoteles, ahora en desuso, y flanqueada por los tinacos decorados de Yoan Capote, me concentré en maniobrar mi largo bastón con borlas, acompañando el ritmo de las caderas de las otras batuteras y del clarín del líder de la banda, que coordinaba platillos, tubas, clarinetes y tambores en una versión muy personal de Gonna Fly Now (también conocida como el tema de Rocky).
Luego de pasar días inspeccionando las obras y sitios artísticos de ciudadMULTIPLEcity (cada una de las cuales supo revelar detalles de la compleja identidad de la ciudad de Panamá), al integrar la banda, me vi inmersa en la cultura local. Esta exhibición reformó mi relación con el arte en la esfera pública gracias a la inusual experiencia de llegar a una ciudad para cubrir una exhibición de arte contemporáneo (cosa que vengo haciendo por más de una década) y terminar participando activamente, hasta convertirme en parte de una obra en exhibición. Por lo general no participo en obras de arte, ni me considero una talentosa performer y ni siquiera me gusta ser observada. Pero al final, Humberto Vélez cambió todo esto. Estando en La Banda de Mi Hogar aprendí más del lugar que de las obras, una experiencia que rara vez el arte a secas permite a un crítico.
Cay Sophie Rabinowitz
*Los llamados "diablos rojos" son los autobuses del transporte público panameño, famosos por su extravagante colorido y exceso de velocidad.