Análisis de la belleza
artista Yoan Capote
Yoan Capote llegó a mediados de marzo a San Felipe y, como estaba previsto, se dispuso a retirar contenedores de basura de la vía pública para arrastrarlos hasta una de las casas del barrio. A falta de espacio en el pasillo interior, muy pronto los “tinacos” invadían la acera.
San Felipe es un barrio en lo que fuera el segundo emplazamiento de la capital de Panamá. Sede de la Catedral Metropolitana, de la Presidencia, del Ministerio de Gobierno y Justicia y del Museo de Historia entre otros, San Felipe es un conjunto monumental de edificios coloniales, que fue poco a poco abandonado por los propietarios residentes a medida que poblaciones marginales fueron ocupando el lugar.
San Felipe es hoy uno de esos barrios donde la comunidad es tan fuerte y tan presente que el visitante exterior no puede evitar la sensación de penetrar en un espacio privado. Se diría que San Felipe es un gran interior, una gran casa, cuyos pasillos —las calles— tienen también nombres de santos cristianos (y de próceres, claro).
Cuando Capote llegó a San Felipe, el barrio vivía ya la primera fase de una nueva ocupación simbólica, la que lo rescata como “Centro Histórico”. Las medidas puestas en marcha dejan ya imaginar las viejas fachadas remozadas, las estructuras consolidadas, los palacios restaurados, expulsada la selva que aún ocupa algunos solares. Y también, con ello, un ajuste en la población residente. Un desalojo.
En un barrio que es una gran casa, la presencia de un individuo extranjero es rápidamente sentida. El artista cubano no tardó mucho tiempo en tener que dar cuenta de lo que se proponía: retiraba los tinacos de circulación para tapizarlos con las telas más “bellas” que encontró en una tienda local; encajes blancos y delicados, terciopelo como para una fiesta… Pero primero había que eliminar toda la mugre.
Análisis de la belleza había sido presentado anteriormente en Cuba en una galería. En San Felipe, la capacidad del arte para proponer sentido y experiencias inseparables de un contexto, y el discurso que exige la pérdida de la funcionalidad de los objetos para alcanzar categoría artística, se producían al tiempo. Cómo: los tinacos vestidos fueron devueltos a sus lugares cotidianos.
Mientras la política cultural se ocupaba en nobles discursos en torno al centenario de la independencia de la república, Capote enfocaba su atención en la basura. Y convertía un gesto generalmente automático en un dilema: ponía a los vecinos ante la situación de tener que verter desechos pestilentes y pringosos en un objeto transmutado, vestido como de novia o de amante. Planteaba la posibilidad de atreverse —o no— a franquear la distancia que establecen los objetos destinados a la mirada. De repente, todo aquel que tuviera que deshacerse de su basura tenía que tomar decisiones estéticas.
Pero, ¿y los demás? En San Felipe, el turista (esto es, todo aquel que no reside en el barrio) venía a equivaler al visitante de un museo. Para él o ella, el proyecto funcionaba como elemento inesperado, reacción inseparable de su carácter de forastero. No siendo productor site-specific de basuras, le quedaba ser mirón y testigo de que objetos así embellecidos pudieran ser también tan nauseabundos.
El ‘análisis’ de Capote proclama dos nociones de espacio público, una inseparable de la práctica de una cultura cotidiana común, otra como el espacio de descubrimiento transitado por el visitante extranjero. Las dos dinámicas se dan en San Felipe. ¿Qué efecto tendrán las actuales energías de renovación y embellecimiento? ¿No son finalmente turistas (incluidos los no residentes: propietarios y autoridades) quienes establecen dónde reside la belleza de San Felipe? En mi calidad de turista, ésta reside indudablemente en su especificidad histórica, cultural y social, en el encuentro fascinante de monumentalidad y precariedad, de poder simbólico y fragilidad, en ser espacio con fuertes reglas internas y al tiempo sede del gobierno del país. Su belleza reside en ser un espacio cultural complejo e increíblemente rico que conserva una cualidad casi impenetrable, privada. Pero mi visión está quizá penetrada de romanticismo. La actual cultura de San Felipe que llamo privada es incompatible con la actual propiedad privada. El barrio recobrará pues el lustre que tuvo en el pasado e iniciará una nueva existencia en la que lo más importante no será ni mucho menos el decorado histórico y público, sino lo que sucederá en privado, lo no monumental, lo orgánico, el roce, las basuras.
Porque de otro modo, no hay ciudad.
En cuanto a los tinacos tapizados, fueron retirados cuando su aspecto ruinoso igualó al de otros edificios del barrio.
Mónica Portillo
*Término de la jerga popular panameña que significa 'contenedor de basura'.